La mala fe de las mujeres

Por: Marcela Serna

Inevitablemente hoy es 8 de marzo y se supone que deberíamos ser las mujeres quienes alcen la voz y gritemos en nuestros perfiles sobre la necesidad de igualdad, que publiquemos una frase de alguna feminista o nos felicitemos entre nosotras, como si a través de los recuerdos anecdóticos de algunas mujeres guerreras, existiera una razón colectiva para acordarnos de lo “miserables” y “pobrecitas” que hemos sido a través de la historia y de todo lo que nos falta lograr. Se crean cofradías y grupos con nombres, logos y banderas que se proponen trabajar por la igualdad, contra el machismo, contra la violencia de género, contra la falta de oportunidades para quienes usamos falda.

Hoy he recibido acrósticos ridículos con la palabra Mujer, en los grupos de WhatsApp veo imágenes rosas con rosas mal ilustradas y labios pintados de color sangre, se supone que los hombres que me quieren deberán tener una flor en este día para mí e imagino las escuelas de primaria que regalan a los niños una hoja de papel para que escriban un mensaje a las niñas en su día, hoy existe una razón para salir temprano de las oficinas, algunos restaurantes mejoran su balance en marzo y esto se supone que seguirá sucediendo todos los 8 de marzo en dónde quiera que mi cuerpo esté y hasta que me muera.

Ahora me remito a una de las obras que más me apasiona y es “El Ser y la Nada” que publicó Jean Paul  Sartre en 1943 en el que el autor considera que el ser humano está “condenado a ser libre” en este caso en particular, todas y cada una de quienes portan una vagina en el medio del cuerpo son responsables de su situación presente, somos nosotras mismas quienes nos cosificamos y atribuimos a padres desnaturalizados, a maridos inconformes, a dirigentes corruptos y jefes masculinos nuestras desgracias y frustraciones; como si con cada elección y acción en nuestra vida no agrandáramos el problema global.

Nos unimos para criticar lo mismo cada año, nos felicitamos por ser mujeres y además “sensibles”, nos ponemos un traje bonito y unos zapatos de tacón de día para que en la noche volvamos a nuestros hogares autómatas, monogámicos y perfectos para el papa Francisco.

Recuerdo a Marcela, la mujer embarazada de uno de los personajes de Sartre en su novela La edad de la razón, Mathieu Delaru debe elegir si casarse o conseguir el dinero para practicar un aborto y tener su “libertad”, la de él,  no la de ella,  un camino que desvela los dilemas entre la revolución o la individualidad y nos hace pensar en este marco, que solo hasta cuando dejemos de ser mujeres manejables, dirigibles, maniquíes o robots, de enfrentarnos a la “Nada” y preguntarnos el porqué y para qué se tiene albedrío, voluntad y carácter, llegaremos a esa “edad de la razón”.

Considerando los contextos creo más en la libertad que ha parido Francia, aquellas mujeres “vintage”  como Emmanuelle Arsan, al crear el personaje Emmanuelle y sus exploraciones sexuales, la rebeldía personal de Coco Chanel que reinventó el concepto belleza y la voz Edith Piaf cuyo principio inalienable está resumido en su canción Non, Je Ne Regrette Rien.

Como todo lo que suceda hoy,  igual que en la canción “todo esto me da igual”, envío un saludo a todos estos grupos de “malvados” hombres de ahora y también a estas mujeres que me rodean que se les ha expirado su fecha de caducidad en la vida útil de lo moral, su conformismo de la actualidad e incoherencia intelectual.